Clase  de fin de curso del profesor D. José Montero Reguera

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PROFESOR MONTERO, DESPEDIDA MAIORES 15 DE JUNIO 2018

 

Una despedida… de Cervantes a nuestros días

(Lección de fin de curso de las Aulas de Formación Aberta, junio de 2018)

José Montero Reguera
Catedrático de Literatura Española
Universidad de Vigo

Autoridades,
Alumnas y alumnos de las Aulas de Formación Aberta,

Mis primeras palabras han de ser de agradecimiento a la Asociación de Alumnos de las Aulas de Formación Abierta de Vigo: a su presidenta, pero a todos sus miembros y muy especialmente a quienes han sido mis alumnos desde el primer curso, allá por el año 2002, o quizás ya en 2003, pues mi clase, casi siempre sobre motivo cervantino, se ha dado en el segundo cuatrimestre.
Gracias, de verdad, por aguantarme tanto tiempo. Para mí ha sido, es, un ejercicio de continuo aprendizaje, de ida y vuelta: yo transmito, o intento trasmitir, unos saberes que me son devueltos con creces en clases que para mí son un verdadero divertimento (un desafío también), y de las que aprendo mucho: de vuestras preguntas, de vuestras lecturas, de vuestras inquietudes y de vuestras interpretaciones de los textos sobre los que trabajamos.
Muchos años han pasado desde aquel lejano entonces y, aunque las cosas son siempre mejorables, la situación dista mucho de la de aquel año 2002 en que se inició el programa.
Recuerdo las dudas –en ningún momento en mi caso– del principio, la acogida poco favorable entre la comunidad profesoral: no tanto por su oportunidad y necesidad, sino por la manera en que se ejecutó; faltó pedagogía y explicación del sentido y posibilidades del programa. Hoy es una realidad magnífica sobre la que no hay vuelta atrás, con la que la Universidad de Vigo se acerca más a sus ciudades y muestra qué hace, qué investiga, a qué se dedica: responde, en definitiva, a la sociedad de la que nace y a quien ha de servir; tanto en el ciclo intensivo que se desarrolla en la ciudad, en la Escuela de Estudios Empresariales, como en el integrado en las Facultades y Escuelas de los tres campus de nuestra Universidad. El camino está abierto y se ha recorrido con mejor o peor acierto (por parte de quien nos ha gobernado), pero, insisto, no tiene vuelta atrás; y yo soy peregrino convencido en ese camino. Estoy con vosotros, pensando siempre en Machado:

Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.

Cumple, de acuerdo con lo que la presidenta de la Asociación me encomendó y así figura en la invitación al acto que pronuncie una “clase magistral”: demasiado confiáis en mí cuando esto me pedís. Intentaré, en todo caso, acercarme a unos textos sobre los que más de una vez me habéis oído hablar, pero que nunca tuve oportunidad de entrar con detalle en ellos en la clases que nos han unido durante largo tiempo; un par de textos breves que quieren responder, de una parte, al sentido del acto que hoy nos convoca (una despedida que no es un adiós, sino un hasta siempre); de otra, recordar la materia que he venido explicando en este programa de Aulas de Formación Abierta (Cervantes, en diversos formatos); y, finalmente, que ayude a entender lo que soy, historiador de la literatura y filólogo, dedicado por tanto a hacer comprensibles a los lectores de hoy textos por los que ya han pasado muchos años, siglos en ocasiones; que, recordando a Calderón: “pasados los siglos, horas fueron”.
Al tajo, pues.
Los textos a que me refiero son las últimas páginas que escribió Miguel de Cervantes: la epístola dedicatoria al conde de Lemos en Los trabajos de Persiles y Sigismunda, historia setentrional, que lleva fecha de 19 de abril de 1616 (el escritor falleció tres días después); y el prólogo a la misma obra, sin fecha, pero que se debió redactar casi al mismo tiempo, a juzgar por la afirmación que allí se inserta: “Mi vida se va acabando y, al paso de las efemérides de mis pulsos que, a más tardar, acabarán su carrera este domingo, acabaré yo la de mi vida”. Constituyen su despedida de todo: de lectores, de mecenas, de amigos,…
La epístola dedicatoria encadena una copla cancioneril (“puesto ya el pie en el estribo, / con las ansias de la muerte, / gran señor, esta te escribo”) mínimamente retocada, con una amarga experiencia que conduce a Miguel de Cervantes hacia su final: “Ayer me dieron la Extremaunción y hoy escribo esta”. Literatura y vida se entremezclan, como en tantos otros lugares cervantinos, para dar comienzo a una dedicatoria que es, sí, elogiosa y aduladora hacia el conde de Lemos (como en buena medida lo eran todas las dedicatorias de la época), pero también un testimonio vital de primer orden, que lleva a Cervantes a sobreponerse en tan trágico trance; un texto, en fin, en el que hay, sí, aceptación de la hora final, pero, también, inagotables deseos de seguir viviendo y trabajando: “[…] el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir”. Eso es lo que conduce, asimismo, a incluir un párrafo muy típico del Cervantes de los últimos años, en que anuncia y publicita tres obras nunca acabadas:
Todavía me quedan en el alma ciertas reliquias y asomos de Las semanas del jardín y del famoso Bernardo. Si, a dicha, por buena ventura mía (que ya no sería ventura, sino milagro), me diese el cielo vida, las verá, y con ellas, fin de La Galatea, de quien sé está aficionado Vuesa Excelencia.

Frente al lector “curioso” de aquella, “desocupado” del primer Quijote, o “ilustre” y “plebeyo”, del segundo, Cervantes emplea en el prólogo del Persiles el mismo adjetivo en grado superlativo que califica al lector de las Novelas ejemplares: “amantísimo”. Hay, obvio es decirlo, un grado de intensidad, complicidad y afecto con el lector, fruto, sin duda, de la relación entre autor y aquel que Cervantes había conseguido intensificar a través de una comunicación reiterada y mantenida con la publicación de seis obras en apenas diez años. Este texto, por una parte, es su despedida de los lectores, quienes en definitiva le habían hecho famoso, y se formula a través de una serie de recursos y procedimientos que remiten al Cervantes más genuino.
En efecto, el autor construye el prólogo del Persiles en forma de diálogo de tres amigos que viajan y se encuentran con un desconocido que se incorpora a la conversación. Se trata de una ficción a la que ya había acudido en el prólogo de la primera parte del Quijote (el amigo que le ayuda a escribir un texto que no sabía cómo empezar), y en la Adjunta al Parnaso, cuando Miguel de Cervantes se encuentra con Pancracio de Roncesvalles, y del diálogo entre ambos surge en buena medida este añadido al Viaje del Parnaso. A esa ficción se suma la ironía cervantina (no siempre fina, ni delicada, sino dura y cruel en ocasiones), a través de las referencias a los “linajes y vinos de Esquivias”, o al “estudiante pardal […] vestido de pardo: antiparas […]”, cuya valona se le va y se le viene.
La conversación con el estudiante permite a Cervantes incorporar una técnica ya empleada por él en otras ocasiones (La ilustre fregona, La gitanilla, etc.), en la que un diálogo o una conversación intrascendente entre personajes que no se conocen previamente sirve para presentar a un tercero, del que se aportan los elementos que más se quieren destacar. En este caso el personaje es Cervantes, quien, a través de las palabras del estudiante, destaca los aspectos que más interesaban al escritor: “el manco sano, el famoso todo, el escritor alegre y, finalmente, el regocijo de las musas”, con términos que se reiterarán después (“regocijo”, “donaires”, y otra vez “donaires y regocijados amigos”). En otras palabras: lo que se quiere destacar como rasgo más sobresaliente de su capacidad inventiva es su habilidad para entretener y divertir a los lectores. El diálogo revela asimismo el gusto de Cervantes por la buena conversación e incorpora la inevitable referencia a la enfermedad que está acabando con él. De nuevo, como en la dedicatoria al conde de Lemos, literatura y vida se entremezclan para dar término a una fecunda vida literaria, de la que se despide con un adiós (a todo y de todos) reiterado tres veces “Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos, que yo me voy muriendo y deseando veros presto contentos en la otra vida”.
Se trata de un pasaje muy conocido que me ha causado siempre profunda admiración desde que me acerqué por vez primera al Persiles: por la rotundidad de las palabras, acrecentada gracias al esquema trimembre conseguido a través de la reiteración del motivo básico del párrafo (“adiós”) y un ritmo tan marcado con los acentos agudos recayendo de nuevo sobre la palabra clave; por la alusión a elementos muy cervantinos (“gracias”, “donaires”, amistad); la solemnidad de las afirmaciones que se corta con un llamativo quiebro irónico (“deseando veros presto contentos en la otra vida”); la asunción, en fin, de la muerte inevitable… Todo ello conforma un prodigioso final para el prólogo.
Se trata además de un adiós que recuerda las habituales despedidas de la literatura pastoril, con Virgilio como modelo último, aunque sea Sannazaro o, aún mejor, Garcilaso en quien con toda probabilidad Cervantes se inspira:

Adiós, montañas; adiós, verdes prados;
adiós, corrientes ríos espumosos:
vevid sin mí con siglos prolongados
(Égloga II, vv. 638-640).

Una despedida, en esquema, que ha tenido larga descendencia, como en el poema de Rosalía, en octosílabos:

Adios, ríos; adios, fontes;
adios, regatos pequenos;
adios, vista dos meus ollos;
non sei cando nos veremos.
(Cantares Gallegos)

O en alejandrinos, también con Rosalía:
Adios, montes e prados, igrexas e campanas!
Adios, Sar e Sarela, cubertos de enramada!
Adios, Vidán alegre, moíños e hondanadas;
Conxo o do craustro triste i as soedades prácidas;
San Lourenzo o escondido, cal un niño antre as ramas;
Balvís, para min sempre o das fondas lembranzas;
Santo Domingo, en donde canto eu quixen descansa,
vidas da miña vida, anacos das entrañas.
E vós tamén, sombrisas paredes solitarias
que me vícheis chorare soia e desventurada,
adios, sombras queridas; adios, sombras odiadas;
outra vez os vaivéns da fertuna
pra lonxe me arrastran.
(Follas novas).

Y en la magnífica Despedida, de Luis Cernuda, donde se encabalga el ritmo de tango con la evocación cervantina:

DESPEDIDA

Muchachos
que nunca fuisteis compañeros de mi vida,
adiós.
Muchachos
que nunca seréis compañeros de mi vida,
Adiós.

[…]

Adiós, adiós, manojos de gracias y donaires,
que yo pronto he de irme, confiado,
adonde, anudado el roto hilo, diga y haga
lo que aquí falta, lo que a tiempo decir y hacer aquí no supe.

Adiós, adiós, compañeros imposibles,
que ya tan solo aprendo
a morir, deseando
veros de nuevo, hermosos igualmente
en alguna otra vida.

Un final, volviendo a Cervantes que recuerda a la literatura pastoril y al que hay que sumar la mención de la inconclusa segunda parte de la Galatea al término de la dedicatoria… Como Don Quijote que, vencido y derrotado, se retira para crear y vivir en una fingida Arcadia, las últimas palabras de Cervantes en el prólogo del Persiles remiten igualmente a la literatura pastoril. En este sentido, prólogo y dedicatoria reservan sus últimos alientos a la literatura que permitió a Cervantes destacar inicialmente en la narrativa de ficción áurea y que se convirtió en uno de sus leitmotiv más reiterados: Galatea, episodios pastoriles del Quijote, Coloquio de los perros, inacabada segunda parte de la Galatea…
A través de esa despedida, Miguel de Cervantes evoca en última instancia su tan querido mundo pastoril, pero quiebra la tradición para darle la vuelta y orientarla en otro sentido, lejos del dramatismo que mostraban esas despedidas en Virgilio, Garcilaso o Lope de Vega, al incorporar un guiño cruel, una terrible ironía que encuentra paralelos, en el teatro y poesía de la época, como en este ejemplo de Góngora:

De chinches y de mulas voy comido,
las unas culpa de una cama vieja,
las otras de un señor que me las deja
veinte días y más, y se ha partido.
De vos, madera anciana, me despido,
miembros de algún navío de vendeja,
patria común de la nación bermeja,
que un mes sin deudo de mi sangre ha sido.
Venid, mulas, con cuyos pies me ha dado
tal coz el que quizá tendrá mancilla
de ver que me coméis el otro lado.
A Dios, Corte envainada en una villa,
a Dios, toril de los que has sido prado,
que en mi rincón me espera una morcilla.

y, también, por la vertiente popular, en el refranero, a través de expresiones de despedida similares recogidas por Gonzalo Correas:

A Dios, paredes. A Dios, paredes, hasta la vuelta. A Diós, que me mudo. A Dios, vecinas, que me mudo […]

A Dios, paredes, que me voy a ser santo. E iba a ser ventero.

En definitiva, la dedicatoria y prólogo del Persiles se constituyen en dos excelentes ejemplos de literatura cervantina, donde se conjugan la expresión vital (“Hora de aceptación, lúcida sabiduría extrema, armonía contra la muerte”, en palabras de Antonio Colinas), con la literaria, a través del empleo en estos textos de algunos de los elementos caracterizadores del arte cervantino, como una suerte de testamento literario: mezcla de vida y literatura, recuerdo de modelos poéticos y literarios queridos, ficción dialógica, encuentros súbitos y reconocimientos, ironía, autoelogios por medio de otras personas que nada tienen que ver con él y, finalmente, puesta en valor de la amistad y la buena conversación.
Me amparo en estas palabras –ironía, literatura, buena conversación y amistad– para despedirme: digo adiós queriendo decir hasta siempre.